martes, 4 de noviembre de 2008

Sindicalismo útil. Actuar para transformar la sociedad


Autor:
Observatorio Sociolaboral 63

El sindicalismo sólo puede ser concebido como sujeto de cambio social. De ahí que el sindicalismo está obligado a actuar y está obligado a actuar con un fin determinado: el sindicalismo está obligado a actuar para transformar la sociedad. Ese es su gran desafío, hoy como ayer; lo que el sindicalismo tiene que asumir de manera inequívoca si no quiere perder su propio sentido, su propia razón de ser.
Ahora bien, como toda acción, la acción que emana del sujeto sindical tiene que tener los objetivos claros, pero también debe contar con estrategias definidas, y para esto último, para definir correctamente la estrategia sindical, es preciso interpretar correctamente cuáles son las claves que configuran la sociedad actual en su actual complejidad, saber dónde se sitúan los intereses de los trabajadores y trabajadoras, identificar qué formas adopta el conflicto general.


A partir de ahí, la estrategia sindical tiene que bascular sobre la capacidad de iniciativa, sobre el incremento cualitativo de las propuestas, sobre la definición de una nueva perspectiva de participación sindical en el establecimiento de las relaciones laborales, en el establecimiento de las condiciones de trabajo, en el establecimiento de los criterios sobre los que debe sustentarse el modelo de sociedad; en definitiva, una estrategia para intervenir en todo aquello que determina las condiciones de vida del conjunto de la clase trabajadora, y para que esa intervención se salde ganando en equidad, ganando en igualdad, garantizando el efectivo ejercicio de cuanto configura la condición de ciudadanía, aumentando y afianzando el propio protagonismo sindical.


En función de todo ello el sindicalismo tiene que abordar también sus propios retos como sujeto, sus retos organizativos, empezando por su elemento nuclear, del que el sindicalismo cobra su fuerza y su legitimidad: la organización y cohesión de la propia clase trabajadora, para lo que la participación es un factor inexcusable a la vez que esencial, y para lo que se que precisa también de la unidad de acción del sindicalismo de clase, de tal modo que no se parta de una fractura siempre indeseable, aunque pueda ser coyuntural y esporádicamente inevitable.En el terreno laboral, lo primero que constatamos es la fragmentación y diferenciación del colectivo trabajador, tanto en su vinculación con el empleo como en las condiciones en que se desempeña el trabajo. Esas condiciones de empleo y de trabajo fragmentadas inciden en la acción colectiva de los trabajadores y, por tanto, suponen el primero de los retos que el sindicalismo debe afrontar. Y debe hacerlo imprimiendo una nueva orientación a la Negociación Colectiva, una orientación que le permita revitalizar todo su potencial a través de la configuración del convenio colectivo de sector como la auténtica e inequívoca instancia completa de regulación de las relaciones de empleo y de trabajo en su ámbito, y desdeñando, por tanto, orientaciones o líneas de interpretación mas económicas que regulativas.


Se trata de un planteamiento que conlleva una repercusión importante respecto de la estrategia sindical en la empresa y al papel de la sección sindical dentro de ella, y que habrá que ir definiendo, pero hay que incorporar esa dimensión al sindicalismo en su elaboración cotidiana, comenzando por abordar desde la propia negociación colectiva una revisión de los ámbitos de negociación, de los funcionales ante todo, pero también de los territoriales, prestando especial atención a los procesos de segregación de empresa al objeto de la que negociación colectiva dé respuesta a espacios actualmente desprotegidos, sabiendo que este giro radical tiene implicaciones que no podemos obviar en la medida en que se dan en un contexto globalizado, lo que proporciona una dimensión supranacional y transnacional de las relaciones laborales en el que, precisamente, juega un papel muy importante el modelo de negociación colectiva, que tiene que ir poniendo las bases para que éste mire hacia fuera y no actúe exclusivamente en función de la empresa, el sector o el país en el que se negocie.

Dicho de otro modo: el sindicalismo tiene que impulsar su propia capacidad de negociación más allá de las fronteras nacionales; también su propia capacidad de movilización Y para afrontar esta perentoria necesidad en las mejores condiciones, se requiere de un movimiento sindical fuerte a nivel global, y que tiene que ser capaz de articular, igualmente, propuestas y respuestas locales.


El sindicalismo por tanto tiene ante sí el desafío de articular su auténtica dimensión transnacional, lo que influye, de manera determinante, en cómo debemos concebir las organizaciones sindicales de carácter nacional. Una concepción que debe bascular sobre el principio de la confederalidad; y es que, efectivamente, confederalidad no es sólo ni principalmente el conjunto de normas o reglas por el que se vinculan distintas organizaciones entre sí; confederalidad es, ante todo, representación general de los derechos e intereses de los trabajadores, partiendo de su diversidad, defendidos y promovidos desde un programa compartido e inspirado en valores que identifican al sindicato y lo diferencian de otras organizaciones sociales o políticas.

El sindicalismo debe, en paralelo, afrontar un nuevo desafío, también vinculado a la fragmentación de la clase trabajadora, y que no puede ser resuelto íntegramente a través de iniciativas que incidan en el entorno laboral, como es el modelo social sobre el que se articula el entramado laboral.


La progresiva injerencia del mercado en la prestación de servicios básicos, así como la consideración especulativa de otros, singularmente de la vivienda, hacen que el poder adquisitivo de los salarios se vea significativamente mermado, en una espiral creciente que el sindicalismo debe atajar, sin duda, a través de una negociación colectiva que permita la recuperación del poder adquisitivo; pero no es menos cierto que una posición ofensiva por parte del sindicalismo debe tener como objetivo comprometer al Gobierno en la profundización del Estado del Bienestar en nuestro país.

Es ahí donde también tiene mucho que decir el sindicalismo de clase, reforzando la acción general, es decir, su vertiente sociopolítica, haciendo del diálogo social una prioridad real, con contenidos sustantivos, promoviendo negociaciones y, eventualmente, acuerdos que incidan, configurándola como un derecho, sobre la garantía efectiva en el acceso a bienes y servicios básicos para el conjunto de la sociedad y, significativamente, para sus sectores más vulnerables al riesgo de pobreza y exclusión social, no desde una concepción asistencial, sí desde la concepción de cohesión y equidad que está en la base del modelo social europeo.


Por eso el sindicalismo no puede mirar hacia otro lado cuando se plantean políticas desfiscalizadoras que, a la postre, no sólo están cambiando servicio por mercado, sino que, además, imposibilitan que se acometan otra serie de inversiones necesarias para compensar los graves déficit que aún existen en nuestro país y que son determinantes para garantizar la sostenibilidad de los servicios públicos y los sistemas de protección social en la medida en que lo son para garantizar la sostenibilidad del propio crecimiento económico.


Efectivamente, en España se ha abierto camino un modelo de competencia basado en la presión sobre el factor trabajo, lo que significa el desplazamiento del debate sobre competitividad de su verdadero centro de gravedad, que siendo, efectivamente, la empresa, no es el vínculo con el factor trabajo a la baja lo que la determina, sino la capacidad de las empresas de generar valor añadido. Esto es, medidas que favorezcan la modernización y el reforzamiento del tejido productivo, inversión tecnológica, formación, redes comerciales, producto, mercado, es decir, aspectos centrales que tienen que ver en lo sustantivo también con la organización del trabajo. La centralidad que debe adquirir el impulso a la economía productiva frente a la excesiva financiarización actual y, en este marco, el impulso también a un modelo de competitividad que revierta en una efectiva reducción de las desigualdades sociales y en el cuidado y preservación del medio ambiente, no son asuntos ajenos al sindicalismo, que debe, por el contrario, situar como un elemento estratégico, la participación sindical en los procesos de innovación, que además debe vincularse a los nuevos desafíos que se han de producir en el seno de las empresas, y que exigen de éstas espacios de participación en materia de organización del trabajo.


Se trata, en definitiva, de que los trabajadores perciban la utilidad del sindicato; sin embargo, es importante que entendamos bien qué se quiere decir con “utilidad”. La utilidad del sindicalismo reside de manera casi exclusiva en su capacidad para responder a intereses sociales de carácter general, y para ello tiene que reforzar su propia capacidad para captar los intereses y las necesidades de aquellos a los que representa; capacidad para presionar, negociar y acordar; capacidad para unir voluntades políticas y sociales; tiene que situar la participación en el centro del discurso y de la práctica sindical.


Dicho con mayor rotundidad: sólo puede haber sindicato si se hace sindicalismo, y no se puede hacer sindicalismo a espaldas de los trabajadores o a pesar de ellos.



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