miércoles, 10 de agosto de 2011

Pifomètre (A ojo de buen cubero)

Articulo de opinión contra el proceder de las Agencias de Calificación aparecido en el diario frances Libération por NICOLAS DEMORAND.

Traducido por Damián Antúnez Harboure, economista y técnico de la secretaría de Acción Sindical de CCOO De Castilla y León.

En el momento del caos y, por tanto, de la verdad que implica una crisis, es necesario remontarse a los principios. ¿Qué es la democracia? Un sistema por el cual el pueblo soberano delega su autoridad en aquellos que lo representan y ejercen el poder. Para estos últimos, los fracasos se pagan en efectivo: los electores sancionan a los gobiernos y dan una oportunidad a sus sucesores.

Agencias de Calificación.

Agencias de Calificación.

El estruendo causado por la degradación de la deuda soberana de las Estados Unidos por una agencia calificadora de riesgo pone de manifiesto que estamos de ahora en adelante ante un poder infinitamente superior al poder político. Un poder capaz de sumar desconfianza a la desconfianza, de sembrar cizaña entre los mercados y de generar un corto circuito en el proceso de decisión democrática. Y de obligar a los países que tienen en el punto de mira a ‘doblarles el espinazo’ y ‘marchar derecho’ puesto que, dominando la compleja cadena que permite a los Estados procurarse el dinero que necesitan para hacer frente a sus obligaciones, las agencias calificadoras de riesgo disponen ni más ni menos que de un poder omnímodo sobre la vida y la muerte. Pero, ¿Quiénes las integran?, ¿Cómo trabajan?, ¿En qué ideología o en que visión de la economía se sostienen sus decisiones? ¿En nombre de qué -o de quién- ellas ejercen un poder que es, de hecho, político? ¿Qué autoridades las sancionan cuando ellas se equivocan como sucediera con las ‘subprimes’, ese violento veneno eruditamente calificado como ‘AAA’, pero que infectó la economía mundial y precipitó la crisis? Como aún sobre la deuda americana que fuera degradada con motivo de un pequeño error de adición de ¡2 billones de dólares!

Las agencias quisieran ser el termómetro implacable de la economía. Ellas no siguen, en rigor de verdad, otro método que el del ‘ojo del buen cubero’ pero con un poder exorbitante, puesto que han podido prosperar desde hace treinta años sobre el vacío, la retirada y el abandono del terreno practicado por la propia autoridad pública. Ahora que esta última ha sido puesta contra la pared, si se quiere evitar que el caos se propague, que estas degradaciones no golpeen otros países, con toda seguridad Europa -podría ser la propia Francia- la primera medida que habría que tomar es la de desacreditar sin contemplaciones a estas agencias, no teniendo más en cuenta sus oráculos. Puesto que son los bancos centrales quienes les dan credibilidad para hacer funcionar ese pulmón que significa el circuito de refinanciamiento bancario, éstos deberían tomar una determinación: por debajo de una cierta nota, no más dinero. Desde la crisis de 2008, el Banco Central Europeo, en los hechos, ha roto con el sistema: ¿por qué no se anima y blanquea definitivamente esta situación? En cuanto a los políticos, a falta de prohibir esas agencias o de crear inmediatamente otras capaces de romper el monopolio de Fitch, Moody’s y Standard and Poor’s, deberían tomar conciencia de que la crisis financiera desembocará en la crisis democrática: en ese momento los ciudadanos comprenderán que aquellos que han elegido en las urnas no tienen ya más ningún poder sobre la realidad.

Fuente: Libération, 08/08/2011 (Traducción: Damián Antúnez Harboure)

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